Hna. Robertina Andrade, Misionera de la Madre Laura, Indígena que Inspira Vocación

Hna. Robertina María Andrade, Misionera de la Madre Laura
Indígena Wayú



El llamado de Dios es un sentir en medio de todo lo que nos rodea, se convierte en una inquietud, un vacío que sólo el amor de Dios va guiándo y llenando. La Hna. Robertina María Andrade, indígena wayú (Misionera de la Madre Laura), es una de éstas personas afortunadas de vivir bajo la gracia consagrada por el llamado de Dios. Nació el 24 de abril de 1961, en el estado Zulia, hija de Ana Andrade, indígena Wayú y Servando Albornóz (alijuna). 

“Desde mi niñez experimenté una disconformidad con la vida del común de las jóvenes de mi entorno. A los 8 años de edad se lo hice saber a mi madre, ella preguntó, “entonces que vais a hacer vos cuando seáis adulta? Le dije: no sé mamá, sólo sé que será algo diferente. Así fui creciendo entre rebeldías e inconformidades. Una cosa me gustaba y anhelaba, “ser artista famosa”, je, je, je. Soñaba con ser cantante, por eso en los juegos con mis amigos y amigas siempre yo aparecía cantando, y cualquier objeto me servía de micrófono. ¡Que bonito!”



La joven Wayú, quién en aquel entonces sabía que había nacido por un propósito y que a medida del tiempo lo iba descubriendo. Ingresó en febrero de 1981 a un grupo Juvenil llamado “Amistad” de Maracaibo, perteneciente a la Juventud Misionera Laurista, fundada en 1977 por las Misioneras de la Madre Laura, un espacio donde desde los jóvenes se promovía el amor y la misión, como jóvenes misioneros a ejemplo de Santa Laura Montoya. 

“Este grupo de jóvenes amigos me ayudó a encontrar lo que buscaba, porque la experiencia de Dios y de amistad que ellos tenían, me desafió a vivir diferente. Le encontré sentido a mi vida, a través de las reuniones, convivencias, retiros, paseos y las fuertes jornadas misioneras que realizábamos con tanta alegría y entrega en los barrios y comunidades indígenas del Zulia. Esta experiencia fue para mí lo más maravillo, en esa época” 

“Un grupo juvenil puede cambiar la vida del joven que lo integra, cuando éste asume con responsabilidad y generosidad la dinámica grupal y todo lo que conlleva estar ahí, pues estar interactuando, con un grupo de personas de diversidad cultural y diferentes temperamentos, no es nada fácil. Sin embargo, el grupo mismo nos enseña a valorarnos, a querernos a respetarnos, a amarnos como verdaderos hermanos y sobre todo, el grupo nos enseña a amar a Cristo y a comprometernos con su causa, como dice el documento del Vaticano II: “los jóvenes deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes, ejerciendo el apostolado personal entre sus propios compañeros” (p. 442)”

Pero fue hasta el 14 de septiembre de 1985,  cuándo con una decisión firme la joven Robertina María Andrade decidió dejar su casa y su vida, para ofrecerla al padre creador, donde desde el servicio y el amor hizo camino en medio de las Hermanas Misioneras de la Madre Laura.

“Dejé mi familia, mi casa, mis estudios, mi trabajo, mis amistades. Como dice la canción: “salí corriendo, silbando fuerte por no llorar y me alisté entre los obreros que dejan todo por la verdad y fui a luchar por un mundo nuevo, no tengo hogar, mas gané a un pueblo”. Hoy, después de 35 años en la Congregación de las Misioneras de la Madre Laura, consciente de todas las dificultades y limitaciones personales, el sí de María y de Laura Montoya están vigentes y retumban día a día en mí: “sí, sí, sí, sí te dice mi amor”, y puedo cantar con orgullo nuestro himno juvenil: “Laurista hasta la muerte”

Ser religiosa es una vocación de compromiso, entrega y servicio, donde desde el amor de Dios van acompañando la vida de los pueblos, siendo instrumentos de esperanza enviadas por el señor. La Hna Robertina Andrade es ejemplo de entrega y escucha, desde el primer momento sintió que Dios la llamaba para ser fiel discípula de Jesús, ha prestado su servicio misionero en las en comunidades indígenas: Parhueña con los Jivi (Amazonas), Bokshi con los Barí (Sierra de Perijá), en Guarero con los Wayú (Municipio Guajira), San José de Kayamá con los Eñepá y los Jodï, (Sierra de Maigualida, Bolívar) y en la actualidad, con múltiples pueblos indígenas, a través de su trabajo en la Asociación Venezolana de Educación Católica (AVEC) como Coordinadora Nacional del Área de Educación Indígena; en el Consejo Misionero Nacional (COMINA) Escuela de Pastoral Indígena y el Eje de Formación de la REPAM, que con responsabilidad y entrega acompaña y responde el Sí que desde joven pronunció para ser religiosa.


“La perspectiva religiosa que nos anima como misioneros Lauristas nos revela a un Cristo sediento de justicia, de amor y de paz, lo que conmovió a Laura Montoya y la lanzó a trabajar por calmar esta sed, entre los pueblos indígenas. Este mismo deseo hoy está vivo en mí, desde aquel día en que, motivada por el estilo de vida de las misioneras y jóvenes Lauristas del barrio El Callao de Maracaibo, decidí dar un vuelco total y rotundo a mi vida, acogiendo con valentía la llamada a la vida misionera religiosa que un día sentí en mi corazón joven, deseoso de servir a Dios y al hermano, incondicionalmente.”


Hay un mundo sediento que espera por mí, hay un mundo sediento que espera por tí: ¡adelante, creo en los jóvenes indígenas!


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